lunes, 26 de marzo de 2007

Nalguitas suaves

Qué cachonda me pones…Me desespera estar tan lejos de ti. Han pasado tantos hombres y sigues en mí. Me llenas toda. Sólo de pensar en tu cara malvada aún cuando chupas los dedos de mi mano que te acarician. A veces me pregunto cómo alguien tan brutal así como tu tenga esa piel tan suave. La bolsa de tus testículos es tan lisa y fresca. Cuando paso mi boca y la lengua sobre las formas de tus huevos, me pongo más caliente, porque sé que con trabajos podré abarcarlos con mis labios abiertos y engullirlos, succionarlos un poco mientras tallo tu verga con mi mano mojada de saliva. Qué rico es hacerte la puñeta en tu verga tan llenadora.
Ya está.
Parada.
Entre mis nalgas apretándola.
Oblígame a que te dé el culo.

jueves, 22 de marzo de 2007

Las fotos de la verga de Darío

Hablar con Darío, recibir un correo de él, o pensar en él, me hacen perder todo el día.
Por muchas razones de tiempo y organización no pudimos vernos. Cuando me llamó para decirme que sólo me dejaría las llaves de su casa para que pasara a dormir ahí y no batallara, empecé a cachondearme pensando en los cinco minutos que tendríamos para vernos antes de que él se enfilara hacia sus asuntos.
Por fin llegó. Yo estaba esperándolo al pie de las escaleras del edificio de mi trabajo. Como iba a un evento más informal me puse minifalda y botas. Me peiné como él me dijo que le gustaba que me peinara. Hice todas las cosas que a él le agradan como si me fuera a coger en ese momento en que me entregara las llaves.
Casi nunca recuerdo lo que nos decimos: los saludos, las pequeñas novedades y los detalles del encuentro. Por lo general siempre estoy concentrada en su boca que es maravillosa. Los labios son gruesos, pero malignos.
Se comporta como un depredador y eso me humedece más la tanga, porque cuando me besa me presiona y me lastima con la boca, mordiendo y chupando, comiéndome. Me recuerda las veces que se ha bajado a mi coño a lamerlo. Lo lame sólo un poco, y luego lo golpea con la mano para que el clítoris se asome mientras tengo las piernas abiertas.
Una vez me chupó y yo traía la regla. No lo podía creer. Ni siquiera recordé esas estupideces que dice la gente, de que cuando un hombre te lo come cuando traes la sopa, él va a ser tuyo para siempre, que se va a desplomar enamorado y enloquecido de amor...¿Para qué quiero la mierda de amor entre él y yo si sé que a la larga eso va a arruinar nuestras soberbias cogidas?
Yo lo quiero, por supuesto, pero lo quiero más cuando me está empujando la verga y diciéndome putita con muchas ansias.
Me manda un mensaje avisándome que ya va a llegar.
Salgo de prisa al elevador, luego a las escaleras. Me pongo a enviarle un mensaje de que lo estoy esperando. Quisiera estar en la cama encuerada bajo las sábanas haciéndome la paja y esperándolo, para que cuando él llegara me encontrara lo suficientemente mojada: enseñarle mi pucha abierta mientras me toco y manoseo mi clítoris, que solito se pone alegre cuando siente cerca su verga. Que me la meta poquito, para mojar la punta con mis fluidos y apretarlo un poco con los labios vaginales.
Me gusta cuando entra sólo una parte y la saca despacio, con mi pucha aferrada al tronco de su pene con ese glande tan grosero y nocivo. El anillo de la cabeza de su verga se atora un poco, y no lo dejo ir porque me encanta que esté ahí: la quiero por etapas, toda entera, entrando y saliendo, mamándola suave: como sea que sea su verga me aturde y guardo su imagen para cuando esté a punto de dormirme y pensar en que se la estoy mamando despacio.
Pero ahora sólo pienso en que me vea pajeándome y abriéndome el coño, con las piernas extendidas al aire, mostrándole el culo abierto también. Eso quisiera él, mi culo, pero cuando aprenda a ser un poco más amable y a no meter su verga de un solo golpe en mi culito seminuevo, entonces dejaré que la ensarte entera y a su gusto. No que su amenaza de “voy a llenarte de mecos el recto putita” se cristalice. No ahora.
Mientras lo espero me distraen los peseros, la pinche gente que pasa y molesta. Las faldas demasiado cortas no son para la ciudad, sino para un putero, o al menos eso parece en estos momentos.
Cuando lo veo venir a menos de una cuadra de distancia, le anuncio que le acabo de enviar un mensaje. Como siempre viene con su media sonrisa, su cara de maniaco, ¡cómo me gusta ese cabrón! Me tiene agarrada de los ovarios.
Sólo basta que se me vaya acercando para que empiece a aflojar todo.
Llega. Se pone un escalón más abajo de donde estoy y me rodea con ambos brazos. Me aprieta demasiado. Escucho cómo se acomoda mi columna con pequeños movimientos tronadores. Mi cuerpo se va amoldando al de él y me declaro lista para que me coja ya en ese momento, cuando lo siento acercar su cadera a la mía.
En la calle, en ese momento, siento su verga groseramente parada rozando mis piernas: esa sensación, junto con la que experimento cuando una verga se hincha en mi boca antes de empezar a mamarla, me nublan la vista y pierdo las fuerzas: me gusta demasiado que me cojan como sea, pero me gusta más el proceso como se llega al momento de hacerlo: tomar la verga y sentirla crecer, hincharse, ver brillar el glande cuando se empieza a lubricar.
Se me hace agua la boca y también el coño.
Ni siquiera puedo decidir donde me gusta más que me pongan la verga. Sólo quiero verga y ya.
Darío sabe todo lo que me calientan sus cachondeos. Por eso me suelta un poco y ahí en las escaleras me da una nalgada.
Paro las nalgas como si me la fuera a meter en ese momento, y sin soltarme, me aprieta una muy fuerte. Al sentir lo breve de la falda, me mete la mano como si fuera a tocar mi culo y me frota. Siento su dedo medio meterse en medio de mis nalgas y si me abro más, sé que pronto estará rozando mi vagina que está ardiendo, húmeda y lista, mojando mis bragas que ya quiero quitarme ahí mismo para que me abra el culo más, cómo él sabe que me gusta.
Nos besamos, comiéndonos y lamiendo nuestras lenguas. De él jamás he recibido un beso suave o gentil. Siempre está ahogándome con su lengua, apretándome la garganta cuando me besa y quitándome el aire para que yo respire en su boca abierta. Me muerde los labios y se ensaña con mi boca, mientras me aprieta y me recompone todo el esqueleto.
Le busco la verga. Mi rodilla izquierda la encuentra entre sus piernas y la lujureo de nuevo, durísima, una verga de piedra en la que de inmediato me quiero sentar y hacer rotar mis caderas encima de ella.
Y se pone necio: vámonos a coger antes de trabajar, quiero metértela toda hasta la garganta, hasta que te salgan lagrimitas como siempre putita, déjame pegarte en el coño y manosearte las tetas, empinarte, culearte así con la ropa puesta...
No podía aunque quisiera irme a coger con él, aunque mi cuerpo no estuviera respondiendo a lo demás, sino solamente a la necesidad de que él me emputeciera por un largo rato.
Una vez estuvimos cogiendo toda la noche: en la cama, en la regadera, en los sillones...acabamos todo ese ejercicio de cogedra con una larga mamada que le hice, que él acabó tirandome toda la leche en mi boca: lo estaba esperando con los labior entreabiertos, yo hincada con el culo al aire y la pucha humedecida y caliente, porque mientras más rato paso mamando más quiero coger, y mamar y sentirlo maltratarme la piel.
No quise ir a coger con él, y me quedé con un dolor en el bajo vientre. Lo vi alejarse mientras se acomodadaba la verga hacia un lado, para que no se notara lo dura que la traía.
Si se hubiera quedado un rato más habría empezado a frotarme en su verga y a besarle el cuello que olía a niño recién bañado: justo el momento en que toda su testosterona está fresquita y cuando los hombres huelen a hombres. Se fue y no cogimos.
Han pasado varios días y lo único que tengo es una calentura muy severa, sólo pensando en cómo me culearía y yo pensando en cómo le abriría el culo y le mordería sus gloriosas nalgas.Me llega el correo en donde me dice que me extraña y seguidas tres fotos de su verga parada y lista para coger.Voy al baño de la oficina a hacerme una paja y regreso.